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EL PANORAMA HISTÓRICO PARA LAS MUJERES EN EL JAZZ

 

En el caso de la música, los hombres negros tenían prohibido tocar los tambores, pero tenían permitido tocar cualquier otro instrumento fabricado por ellos mismos, contrario a su contraparte, ya que ellas no tenían permitido tocar instrumento musical alguno. (Gardeta, 2016). Sin embargo, la sociedad blanca sí aceptaba que ellas cantaran, limitando su práctica musical a esta actividad.

 

Tras la Guerra de Secesión y la abolición de la esclavitud, surgieron grupos vocales mixtos que alcanzaron cierta fama presentándose ante el público blanco e incluso haciendo giras por Europa. Más tarde, a finales del siglo XIX, la mujer logró integrarse como instrumentista a las compañías de minstrels (espectáculos que caricaturizaban a la comunidad negra a través de música, baile e imitaciones de sus vidas). Con lo que músicas como la pianista Edythe Turnham, se incorporaron al mundo de la música profesional.

 

Los prejuicios sobre qué instrumento debía o no tocar cada sexo se extendían para toda la sociedad. En la segunda mitad del siglo XIX, las mujeres de las familias de clase media y alta, e incluso de clase modesta, debían aprender a tocar el piano como parte de su educación, ya que debían amenizar las reuniones sociales, así como a su familia, como parte de su rol social de dar felicidad a su esposo y cumplir con las tareas de cuidado del hogar.

 

Mientras ellas tocaban en el ámbito privado, los hombres sí podían hacerlo en el público.
Así, se consideraba que el piano, el arpa y otros instrumentos de cuerdas como el violín y la guitarra, eran “instrumentos de mujeres”. Mientras que los alientos y tambores eran “de hombres”, principalmente por ser los más utilizados en las bandas militares, cuestión exclusivamente masculina.

 

Durante el siglo XX, con el auge económico estadounidense tras la Primera Guerra Mundial, tanto músicos blancos, como negros, se posicionaron dentro de los populares teatros y cabarets de los años veinte. Como muchas mujeres tenían formación musical debido a las costumbres mencionadas, también lograron integrarse en estos trabajos con permiso de sus maridos, pero abandonaban sus carreras debido a sus obligaciones en el hogar y por cuidar a sus hijos.
Contrario a las mujeres blancas, las cantantes afrodescendientes cantaban sobre temas como venganza amorosa, violencia, sexo, vicios, muerte, etc., por lo que eran consideradas por muchos como lo más bajo de la sociedad. Con el tiempo, las cantantes de blues cobraron muchísima fama y en 1919 Mary Straine se convirtió en la primera mujer negra en participar en una grabación. Y así, Gertrude “Ma” Rainey, Bessie Smith, Mamie Smith, Ida Cox, Rosa Henderson, entre otras mujeres, también cobraron mucha relevancia. Gardeta (2016), explica: “estas cantantes clásicas de blues se acompañaron de los más cotizados músicos de jazz del momento: Louis Armstrong, Coleman Hawkins, Sidney Bechet, Fletcher Henderson, Joe Green, etc., reduciendo la distancia entre el originario blues rural y el jazz urbano” (Gardeta, 2016).

 

En cuanto a las instrumentistas, muchos hombres se resistían a tocar con mujeres, por lo que se dificultaba mucho que fueran aceptadas por ellos en las orquestas y, por lo regular, ellas formaban bandas con miembros de su familia. Por otro lado, muchas mujeres formaron sus propias bandas exclusivamente femeninas, como Peggy Gilbert y su banda The Melody Girls. Éstas cobraron un gran éxito, en parte porque “la razón de su aceptación popular se basaba precisamente en que eran orquestas de mujeres, y eso era especialmente exótico. Que las mujeres pudieran tocar sin hombres de por medio sorprendía a un público escéptico, de la misma manera que les hubiera sorprendido ver a una orquesta de chimpancés”  (Gardeta, 2016). 

 

Las orquestas femeninas de los años treinta, como las Fourteen Bricktops, las Ingenues, la Lil Hardin’s All-Girl Band, la Dixie Sweethearts y la Harlem Playgirls, gozaron de gran éxito comercial, siendo las tres últimas muy bien recibidas también por la crítica especializada. Inclusive, mujeres como Ann Dupont y Ana Webster llegaron a trabajar y dirigir orquestas de hombres.  

 

Con el acontecer de la Segunda Guerra Mundial, los hombres marcharon a la guerra, por lo que las mujeres ocuparon los puestos de trabajo que ellos dejaron, sin embargo, su paga rara vez llegó a superar el 50% de los salarios masculinos. Este escenario también ocurrió en el mundo de la música, donde la mujer ocupó el puesto de los músicos varones que estaban en el ejército. En esta época destacaron orquestas de mujeres como la International Sweethearts of Rhythm, la Praire View Co-Eds, y la Eddie Durham’s All-Star Girl Orchestra. Sin embargo:
Cuando finalizó la guerra la situación volvió a ser como antes en el mundo del jazz, la mayoría de mujeres fueron despedidas, se quedaron sin trabajo y despertaron en la cruda realidad

 

En la década de los sesenta, con la segunda ola del feminismo y los movimientos de colectivos históricamente oprimidos que reclamaban una participación plena en la sociedad, la mujer buscó reivindicar su lugar social y exigir igualdad con su contraparte. Gardeta (2017), nos dice que “también en el jazz los músicos empezaron a responder a las tragedias y violencia del momento –los asesinatos de John F. Kennedy, Martin Luther King, Malcom X, la guerra de Vietnam…– y a la escalada de conflictos sociales y raciales con su actitud rebelde comprometida con el cambio. Uno de los más claros exponentes de esta nueva actitud de orientación izquierdista en el jazz fue la Liberation Music Orchestra, impulsada por Charlie Haden con la inestimable e intensa colaboración de una mujer: Carla Bley” (Gardeta, 2017).

 

Así, varias mujeres comenzaron a tomar mayor protagonismo en las corrientes más innovadoras del jazz
También, muchas mujeres empezaron a producir sus propios discos al margen de las grandes compañías que tenían una orientación mucho más comercial.  Otras, como Helen Keane y Linda Goldstein, se desempeñaron como ejecutivas, en la producción, como agentes, promotoras y demás negocios del jazz. En 1978 se celebró el primer festival de jazz dedicado a las mujeres, por parte de la cantante Carol J. Comer y Diane Gregg.

 

Para la década de los noventa, muchas mujeres provenientes de las más prestigiosas escuelas de música, como Berklee o Juilliard, se integran a la escena del jazz. Cada vez más en diversas ciudades del mundo se organizan festivales de jazz de mujeres.

BIBLIOGRAFÍA

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